Querido Corpi:
Esta noche, paseando por el cementerio, he pasado por delante del nicho de Ovando Guerra y me he acordado de su entierro, un hecho ocurrido hace muchísimo tiempo y que fue muy comentado entre el vecindario. Te cuento:
Desde el mismo momento de su nacimiento, se le auguró al bueno de Ovando una existencia problemática. Durante el embarazo de su madre se pensaba que ésta llevaba trillizos por la enormidad de la barriga que lucía la señora, pero en el momento del parto se comprobó que estaban equivocados. Cuando la matrona tiró de la cabeza del neonato empezó a salir niño, tanto que no se acababa nunca: 99 cm. midió al nacer. Te podrás imaginar el alivio de sus padres por una parte, pues sólo era uno, y la sorpresa por otra, pues casi estaba preparado para ir a la escuela. Como comprenderás, esto le acarrearía muchos problemas a lo largo y alto de su vida, pero con tesón y buen ánimo los fue superando, hasta se casó y todo con una buena mujer que lo quiso mucho, pero que no consiguió darle ningún hijo; las malas lenguas dicen que tenía miedo a que le saliera una jirafa y hacía lo imposible por quedarse embarazada.
Ovando Guerra, desde su altura de bastante más de dos metros, veía el mundo desde otra perspectiva y aguantaba las bromas y risas de los demás con los que se reía a su costa sin darle mucha importancia, ¿qué podía hacer? Hasta que por fin, dios nuestro señor lo llamó a su lado y su alma voló hacia el cielo recorriendo menos distancia que la nuestra, por razones obvias.
Sus cuñados, respetando el dolor de su hermana viuda, se encargaron de comprar el ataúd, pero cuando metieron el cuerpo dentro de la caja, se dieron cuenta de que éste no cabía, y eso que habían comprado el más largo. Entonces decidieron, con gran dolor de todos, serrar la parte de los pies de la caja; así fue como metieron dentro el cadáver del difunto, con los pies por delante que le sobresalían fuera del ataúd.
Después del funeral lo trajeron al cementerio para darle sepultura en un flamante nicho nuevo que había adquirido la familia para la ocasión. Pero cuando metieron el féretro dentro del agujero, los pies sobresalían del receptáculo y no lo podían encerrar. Entonces se organizó un debate sobre qué hacer para meter el largo cuerpo del difunto en el estrecho agujero. Después de sopesar todas las posibilidades, decidieron abrir la tapa y flexionarle las rodillas. Y así lo hicieron tras un largo esfuerzo, pues las piernas ya estaban rígidas por el rigor mortis; pero resultó que no podían cerrar la tapa; entonces decidieron meterlo sin tapa, pero por algún extraño fenómeno, cuando lo metieron en el nicho, las rodillas se flexionaron aún más y tropezaban con el techo y no lo podían meter. Entonces un cuñado dijo: “¿por qué no le cortamos los pies? Total ya no los va a utilizar más.” Esto lo dijo porque se había quedado prendado de los lustrosos zapatos del difunto y quería agenciárselos para vestirse los domingos. Aquello provocó un enconado debate que se resolvió con la decisión de romperle el cuello y así flexionarle la cabeza contra la parte posterior de la caja y ver si conseguían ganar los suficientes centímetros para meterlo dentro. Y así lo hicieron. El encargado fue otro cuñado, uno que le tenía envidia porque durante la vida le había ido mejor que a él. Éste le cogió la cabeza, y con descarado deleite, se la dobló con fuerza hasta que se oyó un crujido que resonó entre las tapias del camposanto. La pobre viuda rompió a llorar cuando oyó aquel terrible chasquido. De nuevo metieron al difunto dentro del ataúd y a éste en el nicho, pero los pies del gigante continuaban sobresaliendo del hueco. Otra vez se encendió el debate sobre qué hacer para enterrar al difunto. El enterrador apremiaba a la familia para que tomara una decisión rápidamente porque estaba oscureciendo y no había ninguna luz en el cementerio. Unos, instigados por un cuñado, abogaban por cortarle la cabeza, porque total, ya le habían roto el cuello. Otros, sin embargo, instigados por el otro cuñado, respaldaban la idea de cortarle los pies, porque era más humano que cortarle la cabeza. Como no se ponían de acuerdo y las tinieblas se iban aposentando entre las paredes del cementerio, decidieron coger unos de la cabeza del cadáver y los otros de los pies, y tirar para ver qué parte se desprendía más pronto. Y así lo hicieron: unos agarrados bien fuerte de la cabeza y los otros de los pies; y cuando la viuda contó hasta tres, empezaron todos a tirar con todas sus fuerzas. Los que tiraban de los pies se quejaron porque el enterrador, al que nadie había llamado en ese entierro, se unió a los que tiraban de la cabeza, mientras estos se quejaban de que la viuda se hubiera unido al grupo de los que tiraban de los pies. Al cabo de un buen rato, con los cuerpos jadeantes y empapados en sudor y con la noche instalada en el cementerio, abandonaron el cadáver en el suelo y se fueron discutiendo sobre la idoneidad de haberle arrancado la cabeza o los pies. Al día siguiente, cuando regresaron para enterrarle, le faltaban, al aterido cuerpo, los lustrosos zapatos.
Silogismo de la corrupción
Hace 9 años
2 comentarios:
Si, recuerdo el entierro de Ovando Guerra el 30 de Enero del 2009. ¡Pobre muchacho!
A un amigo mío le tuvieron que arrancar la nariz, porque no conseguían cerrar la tapa.
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