28 junio 2009

EL SUEÑO


Querido Corpi:
Voy a contarte la historia de un hombre del cual me gustaría guardar su anonimato. Este hombre era normal y tenía una vida normal y acomodada. Vivía en una bonita casa unifamiliar, con su mujer y sus dos hijos pequeños; tenía un buen trabajo y dos coches en el garaje; en verano hacía un viaje, siempre al extranjero y en navidades se iba a esquiar al Pirineo. Todo esto lo había conseguido con mucha voluntad y sacrificio. Pero tenía un defecto que impedía que su felicidad fuera completa: estaba obsesionado con la muerte, horrorizado ante una muerte prematura que le impidiera disfrutar de todos sus logros conseguidos con tanto esfuerzo.
Un día se despertó violentamente empapado en sudor a causa de una pesadilla, un mal sueño que le había señalado que ese mismo día moriría de una muerte violenta. Como ya no se durmiera, estuvo pensando qué hacer para huir de ese fatal vaticinio. Aún temprano se levantó y, a pesar de su escepticismo, llamó por teléfono a un número de esos que te echan las cartas del tarot y que te leen el futuro: “edad: 46, signo: tauro”; “Marte está en conjunción con Plutón y entre ellos se ha interpuesto Venus, lo que tiene muy malos augurios, además, Orión le ha echado el lazo a Andrómeda y de su cópula ha salido Canes Venatici lo que significa que yo de usted me quedaría en casa, por si acaso”; 34, 28 € del ala. Era justo lo que había pensado hacer: quedarse en casa alejado de cualquier ocasión que le pudiera acarrear cualquier peligro. Como todos los días, su mujer se levantó un poco tarde y, cuál fue su sorpresa cuando su marido le dijo que no se encontraba bien, que llevara ella los niños al colegio y que hiciera el favor de recogerlos también, porque seguro que por la tarde también estaría enfermo: “pero, ¿cómo no me lo has dicho antes? ¿Sabes lo tarde que es? Y, ¿cómo voy yo a recogerlos si sabes que me viene fatal?”, “lo siento”. Sin otro remedio, la mujer se llevó corriendo los niños al colegio. Él, por otra parte, llamó al trabajo y dijo que no le esperaran, que se tomaba el día libre.
Cuando estuvo solo en casa, cerró todas las ventanas y puertas y las atrancó con muebles, desconectó, con sumo cuidado, subido en una silla y con unas zapatillas de goma, la electricidad, para evitar alguna posible electrocución. Antes de que los niños salieran de casa, les hizo beber de una botella de agua que acababa de empezar, para comprobar que no estuviera envenenada, y comer unas migajas de cinco o seis magdalenas por el mismo motivo; eso sería suficiente para pasar el día. También cerró la llave de paso del agua y del gas, y se acostó. Las horas pasaban lentamente y en su cabeza no paraban de surgir posibles motivos que le provocaran una muerte violenta: la caída de un meteorito sobre su casa, un terremoto de magnitud diez, que surgiera un volcán en el subsuelo de su vivienda, que un gran tsunami alcanzara la ciudad, que Corea del Norte lanzara una bomba nuclear sobre su casa… Así, en un duermevela, pasó todo el día hasta que, a última hora de la tarde, sonó el teléfono: “maldita sea, se me olvidó desconectar el teléfono”. Con una linterna se dirigió al salón con suma cautela mirando arriba y abajo por si había algún obstáculo peligroso que le pudiera hacer perecer. Cuando descolgó el teléfono, la voz grave de una señorita le dijo: “Sr….”, “sí”, “lamento comunicarle que su mujer y sus hijos han fallecido en un accidente de tráfico cuando regresaban a casa después del colegio”. Sr… colgó el teléfono, subió a la terraza del piso de arriba y se tiró de cabeza contra unas rocas del hermoso jardín que rodeaba la casa.

07 junio 2009

DOS DE CORAZONES


Querido Corpi:
Dicen que la vida da muchas vueltas, pero a veces, sólo la muerte consigue cerrar la última. Lee si no:
Juan y José nacieron el mismo día, a la misma hora y en el mismo hospital; los dos eran del mismo pueblo y llegaron a ser los dos más amigos que posiblemente jamás hayan existido. Eran amigos hasta que la muerte les separase. Pero no necesitaron esperar tanto para ese desenlace. Con veinticinco años, Juan se echó una novia, María, una mujer espectacular, inteligente, guapa, con un cuerpo modelado a conciencia por la naturaleza y que había atrapado a Juan hasta el punto de haberle robado el corazón, al que entregó generosamente al amor de María. También José había conocido a una chica, Ana, muy normalita o del montón, como se dice vulgarmente, y con pocas luces. Un día se juntaron para salir a cenar y luego a tomar unas copas y así presentarse a sus respectivas novias; y José, al ver a María, se quedó prendado de aquella belleza. Entonces apreció la diferencia abismal que había entre las dos mujeres y la envidia empezó a corroer, lentamente, pero con la fuerza de un ácido, su corazón. Desde aquel momento decidió que su único objetivo en la vida sería conseguir aquella excepcional mujer. A base de mil artimañas, de gastar mucho dinero, de falsedades y de calumnias hacia su gran amigo, consiguió doblegar la voluntad de María y, un día, cuando Juan llegó del trabajo, los encontró a los dos acostados en su cama. No hubo discusión, ni gritos, ni lágrimas. Los dos traidores salieron por la puerta que se cerró a sus espaldas para no abrirse jamás. José lo había conseguido: María era toda suya y lo único que le quedaba era despedir a Ana.
»José se casó con María al cabo de un tiempo, pero el corazón lo tenía tan emponzoñado que enfermó y la única solución para poder curarse era la de un trasplante. Con la enfermedad también empezaron los problemas en el matrimonio, llegando hasta el extremo de ella abandonar la casa. Ese mismo día, Juan, cuando regresaba del trabajo, tuvo un accidente con el coche y perdió la vida. Le ocurrió cuando, al pasar cerca de la casa de José, vio a una mujer muy guapa y de cuerpo escultural atravesar la calle con una maleta en la mano, con la cabeza gacha y sin mirar si venía algún vehículo; Juan, para evitar el atropello de aquella mujer, giró violentamente el volante con tan mala fortuna que se incrustó debajo de un camión que venía en sentido contrario. En el hospital, los padres de Juan donaron todos sus órganos y dio la casualidad de que el suyo era compatible con el de José. Inmediatamente se puso en marcha el protocolo de trasplantes y se trasladó a José hasta el hospital para hacerle la operación que fue un éxito.
José, después de una vida placentera de más de veinte años con su nuevo corazón, ha venido a hacernos compañía. Por eso esta noche he ido a darle la bienvenida. Detrás de mí también han venido muchos con el mismo propósito, como hace la gente bien educada, pero cuando ha llegado Juan, al que ya conocía desde hacía mucho tiempo, al verlo, le ha dicho alargando la mano hacia él: “devuélveme mi corazón”.