31 agosto 2009

VENDIDO


Querido Corpi:
La otra noche, paseando por el cementerio, vi que en un nicho nuevo había un cartel donde se leía: VENDIDO. Como me pareció muy curioso, me puse a investigar quién era el dueño de este nicho y he averiguado lo siguiente:
Su padre falleció el día de su concepción y su madre en el parto. Sus abuelos paternos murieron en un accidente de tráfico cuando iban al entierro de su hijo; y su abuelo materno de un ataque al corazón cuando se enteró de la muerte de su hija. Sus tres hermanos mayores no pudieron llegar a soplar la única vela de su primer cumpleaños; y ninguno de sus primos podrá felicitarle por navidad. La única persona que puede atenderle es su abuela materna que se ha hecho cargo de él desde el mismo día de su nacimiento. Por eso, en su primer aniversario, le ha regalado el nicho.

28 junio 2009

EL SUEÑO


Querido Corpi:
Voy a contarte la historia de un hombre del cual me gustaría guardar su anonimato. Este hombre era normal y tenía una vida normal y acomodada. Vivía en una bonita casa unifamiliar, con su mujer y sus dos hijos pequeños; tenía un buen trabajo y dos coches en el garaje; en verano hacía un viaje, siempre al extranjero y en navidades se iba a esquiar al Pirineo. Todo esto lo había conseguido con mucha voluntad y sacrificio. Pero tenía un defecto que impedía que su felicidad fuera completa: estaba obsesionado con la muerte, horrorizado ante una muerte prematura que le impidiera disfrutar de todos sus logros conseguidos con tanto esfuerzo.
Un día se despertó violentamente empapado en sudor a causa de una pesadilla, un mal sueño que le había señalado que ese mismo día moriría de una muerte violenta. Como ya no se durmiera, estuvo pensando qué hacer para huir de ese fatal vaticinio. Aún temprano se levantó y, a pesar de su escepticismo, llamó por teléfono a un número de esos que te echan las cartas del tarot y que te leen el futuro: “edad: 46, signo: tauro”; “Marte está en conjunción con Plutón y entre ellos se ha interpuesto Venus, lo que tiene muy malos augurios, además, Orión le ha echado el lazo a Andrómeda y de su cópula ha salido Canes Venatici lo que significa que yo de usted me quedaría en casa, por si acaso”; 34, 28 € del ala. Era justo lo que había pensado hacer: quedarse en casa alejado de cualquier ocasión que le pudiera acarrear cualquier peligro. Como todos los días, su mujer se levantó un poco tarde y, cuál fue su sorpresa cuando su marido le dijo que no se encontraba bien, que llevara ella los niños al colegio y que hiciera el favor de recogerlos también, porque seguro que por la tarde también estaría enfermo: “pero, ¿cómo no me lo has dicho antes? ¿Sabes lo tarde que es? Y, ¿cómo voy yo a recogerlos si sabes que me viene fatal?”, “lo siento”. Sin otro remedio, la mujer se llevó corriendo los niños al colegio. Él, por otra parte, llamó al trabajo y dijo que no le esperaran, que se tomaba el día libre.
Cuando estuvo solo en casa, cerró todas las ventanas y puertas y las atrancó con muebles, desconectó, con sumo cuidado, subido en una silla y con unas zapatillas de goma, la electricidad, para evitar alguna posible electrocución. Antes de que los niños salieran de casa, les hizo beber de una botella de agua que acababa de empezar, para comprobar que no estuviera envenenada, y comer unas migajas de cinco o seis magdalenas por el mismo motivo; eso sería suficiente para pasar el día. También cerró la llave de paso del agua y del gas, y se acostó. Las horas pasaban lentamente y en su cabeza no paraban de surgir posibles motivos que le provocaran una muerte violenta: la caída de un meteorito sobre su casa, un terremoto de magnitud diez, que surgiera un volcán en el subsuelo de su vivienda, que un gran tsunami alcanzara la ciudad, que Corea del Norte lanzara una bomba nuclear sobre su casa… Así, en un duermevela, pasó todo el día hasta que, a última hora de la tarde, sonó el teléfono: “maldita sea, se me olvidó desconectar el teléfono”. Con una linterna se dirigió al salón con suma cautela mirando arriba y abajo por si había algún obstáculo peligroso que le pudiera hacer perecer. Cuando descolgó el teléfono, la voz grave de una señorita le dijo: “Sr….”, “sí”, “lamento comunicarle que su mujer y sus hijos han fallecido en un accidente de tráfico cuando regresaban a casa después del colegio”. Sr… colgó el teléfono, subió a la terraza del piso de arriba y se tiró de cabeza contra unas rocas del hermoso jardín que rodeaba la casa.

07 junio 2009

DOS DE CORAZONES


Querido Corpi:
Dicen que la vida da muchas vueltas, pero a veces, sólo la muerte consigue cerrar la última. Lee si no:
Juan y José nacieron el mismo día, a la misma hora y en el mismo hospital; los dos eran del mismo pueblo y llegaron a ser los dos más amigos que posiblemente jamás hayan existido. Eran amigos hasta que la muerte les separase. Pero no necesitaron esperar tanto para ese desenlace. Con veinticinco años, Juan se echó una novia, María, una mujer espectacular, inteligente, guapa, con un cuerpo modelado a conciencia por la naturaleza y que había atrapado a Juan hasta el punto de haberle robado el corazón, al que entregó generosamente al amor de María. También José había conocido a una chica, Ana, muy normalita o del montón, como se dice vulgarmente, y con pocas luces. Un día se juntaron para salir a cenar y luego a tomar unas copas y así presentarse a sus respectivas novias; y José, al ver a María, se quedó prendado de aquella belleza. Entonces apreció la diferencia abismal que había entre las dos mujeres y la envidia empezó a corroer, lentamente, pero con la fuerza de un ácido, su corazón. Desde aquel momento decidió que su único objetivo en la vida sería conseguir aquella excepcional mujer. A base de mil artimañas, de gastar mucho dinero, de falsedades y de calumnias hacia su gran amigo, consiguió doblegar la voluntad de María y, un día, cuando Juan llegó del trabajo, los encontró a los dos acostados en su cama. No hubo discusión, ni gritos, ni lágrimas. Los dos traidores salieron por la puerta que se cerró a sus espaldas para no abrirse jamás. José lo había conseguido: María era toda suya y lo único que le quedaba era despedir a Ana.
»José se casó con María al cabo de un tiempo, pero el corazón lo tenía tan emponzoñado que enfermó y la única solución para poder curarse era la de un trasplante. Con la enfermedad también empezaron los problemas en el matrimonio, llegando hasta el extremo de ella abandonar la casa. Ese mismo día, Juan, cuando regresaba del trabajo, tuvo un accidente con el coche y perdió la vida. Le ocurrió cuando, al pasar cerca de la casa de José, vio a una mujer muy guapa y de cuerpo escultural atravesar la calle con una maleta en la mano, con la cabeza gacha y sin mirar si venía algún vehículo; Juan, para evitar el atropello de aquella mujer, giró violentamente el volante con tan mala fortuna que se incrustó debajo de un camión que venía en sentido contrario. En el hospital, los padres de Juan donaron todos sus órganos y dio la casualidad de que el suyo era compatible con el de José. Inmediatamente se puso en marcha el protocolo de trasplantes y se trasladó a José hasta el hospital para hacerle la operación que fue un éxito.
José, después de una vida placentera de más de veinte años con su nuevo corazón, ha venido a hacernos compañía. Por eso esta noche he ido a darle la bienvenida. Detrás de mí también han venido muchos con el mismo propósito, como hace la gente bien educada, pero cuando ha llegado Juan, al que ya conocía desde hacía mucho tiempo, al verlo, le ha dicho alargando la mano hacia él: “devuélveme mi corazón”.

30 mayo 2009

CUATRO BALAS


Querido Corpi:
La otra noche estuve paseando por la zona donde están enterrados los fallecidos durante la guerra civil y vi a un hombre sentado frente a su casa, con el codo apoyado en la rodilla sosteniendo una cabeza que le debía pesar muchísimo a causa de tanto pensamiento acumulado durante tanto tiempo. Me acerqué hacia él y, sin pedir permiso, me senté a su lado.
-Buenas noches, amigo –le dije-. Le veo un poco pensativo.
El hombre me miró con desgana sin levantar la cabeza, y con pereza me dio las buenas noches balbuceando las palabras y sin despegar los labios que mantenía entrecerrados sosteniendo una colilla tan antigua como él. Durante unos minutos estuvimos en silencio, y como comprobé que el individuo no tenía muchas ganas de hablar, me levanté para irme y no molestarle, pero cuando aún estaba en cuclillas, una mano poderosa me agarró del brazo y tiró de mí hacia abajo con tanta fuerza que crujieron todos mis huesos al contactar contra el suelo.
-No lo entiendo –me dijo por fin-. No entiendo por qué estoy aquí.
-Sí, suele pasar. La verdad es que nadie entiende por qué está…
-Yo llevaba tres días –me interrumpió- fuera de casa. Había ido a llevar leña a Valencia con el carro y volvía cargado con tres sacos de arroz; la mayor fortuna que había tenido hasta entonces. Poco antes de llegar a mi casa, ya de noche, paré en la taberna de Olimpio a tomarme dos cazallas y saludar a los amigos. Imagínese usted: tres días sin probarla, comiendo malamente y durmiendo peor; con la cabeza llena de pulgas y la ropa de chinches. Cuando iba a salir del tugurio acababan de entrar dos soldados. Uno debería ser algún mando, yo no entiendo de eso, porque de puro pobre que fui toda mi vida, ni siquiera hice la mili. La cuestión es que al salir tropecé con él y con el cigarro que llevaba le quemé con la brasa el brazo. El aullido que dio hizo callar a todos los que estaban tomando en la sala: “¡maldito estúpido!” me dijo, y me dio tal empujón que casi me tira al suelo. Yo me quité la boina y le pedí perdón, pero el tío me pegó una patada en el culo y me dijo que me fuera. En el exterior había un camión parado y dos soldados con sendos fusiles vigilando la caja. Yo cogí a mi Parda y partí con paso lento hacia mi casa que dista un kilómetro del pueblo. Ya se veía la luz del candil por la lumbrera cuando oí el rugido de un motor que venía por detrás. Cuando me alcanzó, resultó ser el camión de los soldados que se detuvo a mi vera. Descendieron dos de ellos y a empellones me subieron a la caja. Afortunadamente, le arreé una palmada en el anca a la mula con la que espero que llegara a casa. ¡Una fortuna llevaba en el carro! Dentro de la caja del camión había cuatro hombres con las manos atadas a la espalda y dos soldados con sus armas vigilándolos. Las caras de aquellos condenados no me hubiera gustado verlas ni en el infierno, por la maldad y el odio que desprendían. A mí también me ataron las manos. Estuvimos toda la noche viajando. Yo pensaba en mi Paquita y en mis cinco hijos y deseaba que al menos hubieran visto el arroz. Se podrían quedar una parte para comer y con la otra hacer negocio. Al alba se paró el camión y al grito de: “¡Abajo rojos del demonio!, nos obligaron a empellones a bajar del vehículo. Nos hicieron caminar un rato por el interior de un bosque hasta que nos detuvimos en un claro. Nos escoltaban cuatro soldados y el mando de la taberna. Nos pusieron en fila y nos dieron un cigarrillo encendido a cada uno que sólo podíamos sostener con los labios; entonces, el mando empezó a hablarnos paseando por delante de nosotros y mirándonos a los ojos como si quisiera leer nuestros pensamientos: “Escuchadme bien, rojos de mierda: sabéis que habéis cometido graves delitos contra nuestra Patria; el solo hecho de ser rojo ya es una causa suficiente para merecer la muerte, pero es posible que alguno de vosotros haya hecho lo correcto para permanecer todavía un poco más en este mundo. El pelotón de fusilamiento estará formado por cuatro hombres, y sólo disponemos de cuatro balas. Vosotros sois cinco. Por lo tanto, alguno de vosotros salvará la vida. Que sea Dios Todopoderoso, quien, en su inmensa sabiduría, sepa elegir quien merece vivir un poco más”. Entonces se puso a un lado y ordenó al pelotón que cargaran las armas, que apuntaran y que dispararan. Cuatro balas destrozaron mi corazón.

11 mayo 2009

EL REINO DE LOS MUERTOS


A partir de hoy, todas las cartas que publique serán nuevas.

Querido Corpi:

El otro día hacía una noche muy fría y desapacible; el viento húmedo y algunas gotas de agua invitaban a quedarse calentito dentro de las tumbas, pero aun así, coincidimos cuatro en el centro del cementerio y nos fuimos a dar una vuelta. Íbamos caminando en silencio, cada uno pensando en sus cosas, cuando, de repente, alguien preguntó:
-¿A qué reino pertenecemos los muertos?
-Vaya pregunta que has hecho, Vicente. Al reino de los animales, por supuesto. Si de vivos somos animales, de muertos también, ¿o no?
-Pues no –contestó Arcadio cargado de razón-. ¿Acaso no llaman a una persona que no tiene conciencia absoluta de nada, un vegetal? Por lo tanto pertenecemos al reino de los vegetales, porque a nosotros se nos supone que no tenemos ninguna conciencia porque estamos muertos.
-Vaya tonterías que decís los dos –intervino Vicente-. Los muertos pertenecemos al reino mineral, porque en nuestra descomposición, lo único que no desaparece de nosotros son los minerales.
Cuando terminaron de hablar, los tres se pararon delante de mí y me miraron esperando que mi opinión diera a uno de ellos como vencedor en la disputa, puesto que ahora estaban empatados. Yo enseguida comprendí sus intenciones y les dije:
-Pues a mí, el día de mi entierro, el cura me dijo que a partir de ahora pertenecería al reino de los cielos.

10 mayo 2009

EL ENTIERRO DE OVANDO GUERRA

Querido Corpi:
Esta noche, paseando por el cementerio, he pasado por delante del nicho de Ovando Guerra y me he acordado de su entierro, un hecho ocurrido hace muchísimo tiempo y que fue muy comentado entre el vecindario. Te cuento:
Desde el mismo momento de su nacimiento, se le auguró al bueno de Ovando una existencia problemática. Durante el embarazo de su madre se pensaba que ésta llevaba trillizos por la enormidad de la barriga que lucía la señora, pero en el momento del parto se comprobó que estaban equivocados. Cuando la matrona tiró de la cabeza del neonato empezó a salir niño, tanto que no se acababa nunca: 99 cm. midió al nacer. Te podrás imaginar el alivio de sus padres por una parte, pues sólo era uno, y la sorpresa por otra, pues casi estaba preparado para ir a la escuela. Como comprenderás, esto le acarrearía muchos problemas a lo largo y alto de su vida, pero con tesón y buen ánimo los fue superando, hasta se casó y todo con una buena mujer que lo quiso mucho, pero que no consiguió darle ningún hijo; las malas lenguas dicen que tenía miedo a que le saliera una jirafa y hacía lo imposible por quedarse embarazada.
Ovando Guerra, desde su altura de bastante más de dos metros, veía el mundo desde otra perspectiva y aguantaba las bromas y risas de los demás con los que se reía a su costa sin darle mucha importancia, ¿qué podía hacer? Hasta que por fin, dios nuestro señor lo llamó a su lado y su alma voló hacia el cielo recorriendo menos distancia que la nuestra, por razones obvias.
Sus cuñados, respetando el dolor de su hermana viuda, se encargaron de comprar el ataúd, pero cuando metieron el cuerpo dentro de la caja, se dieron cuenta de que éste no cabía, y eso que habían comprado el más largo. Entonces decidieron, con gran dolor de todos, serrar la parte de los pies de la caja; así fue como metieron dentro el cadáver del difunto, con los pies por delante que le sobresalían fuera del ataúd.
Después del funeral lo trajeron al cementerio para darle sepultura en un flamante nicho nuevo que había adquirido la familia para la ocasión. Pero cuando metieron el féretro dentro del agujero, los pies sobresalían del receptáculo y no lo podían encerrar. Entonces se organizó un debate sobre qué hacer para meter el largo cuerpo del difunto en el estrecho agujero. Después de sopesar todas las posibilidades, decidieron abrir la tapa y flexionarle las rodillas. Y así lo hicieron tras un largo esfuerzo, pues las piernas ya estaban rígidas por el rigor mortis; pero resultó que no podían cerrar la tapa; entonces decidieron meterlo sin tapa, pero por algún extraño fenómeno, cuando lo metieron en el nicho, las rodillas se flexionaron aún más y tropezaban con el techo y no lo podían meter. Entonces un cuñado dijo: “¿por qué no le cortamos los pies? Total ya no los va a utilizar más.” Esto lo dijo porque se había quedado prendado de los lustrosos zapatos del difunto y quería agenciárselos para vestirse los domingos. Aquello provocó un enconado debate que se resolvió con la decisión de romperle el cuello y así flexionarle la cabeza contra la parte posterior de la caja y ver si conseguían ganar los suficientes centímetros para meterlo dentro. Y así lo hicieron. El encargado fue otro cuñado, uno que le tenía envidia porque durante la vida le había ido mejor que a él. Éste le cogió la cabeza, y con descarado deleite, se la dobló con fuerza hasta que se oyó un crujido que resonó entre las tapias del camposanto. La pobre viuda rompió a llorar cuando oyó aquel terrible chasquido. De nuevo metieron al difunto dentro del ataúd y a éste en el nicho, pero los pies del gigante continuaban sobresaliendo del hueco. Otra vez se encendió el debate sobre qué hacer para enterrar al difunto. El enterrador apremiaba a la familia para que tomara una decisión rápidamente porque estaba oscureciendo y no había ninguna luz en el cementerio. Unos, instigados por un cuñado, abogaban por cortarle la cabeza, porque total, ya le habían roto el cuello. Otros, sin embargo, instigados por el otro cuñado, respaldaban la idea de cortarle los pies, porque era más humano que cortarle la cabeza. Como no se ponían de acuerdo y las tinieblas se iban aposentando entre las paredes del cementerio, decidieron coger unos de la cabeza del cadáver y los otros de los pies, y tirar para ver qué parte se desprendía más pronto. Y así lo hicieron: unos agarrados bien fuerte de la cabeza y los otros de los pies; y cuando la viuda contó hasta tres, empezaron todos a tirar con todas sus fuerzas. Los que tiraban de los pies se quejaron porque el enterrador, al que nadie había llamado en ese entierro, se unió a los que tiraban de la cabeza, mientras estos se quejaban de que la viuda se hubiera unido al grupo de los que tiraban de los pies. Al cabo de un buen rato, con los cuerpos jadeantes y empapados en sudor y con la noche instalada en el cementerio, abandonaron el cadáver en el suelo y se fueron discutiendo sobre la idoneidad de haberle arrancado la cabeza o los pies. Al día siguiente, cuando regresaron para enterrarle, le faltaban, al aterido cuerpo, los lustrosos zapatos.

05 mayo 2009

INMORTAL

Querido Corpi:
Sabes muy bien que aquí donde vivo no se celebra la Navidad, no se encienden luces de colores, no se come cordero ni gambas, ni siquiera se chupan las cabezas, con lo ricas en fósforo que son; tampoco se hacen regalos ni se cantan villancicos. Aquí, la Noche Buena es como las demás noches: una más. Pero este año pasó algo extraordinario. Verás:
Hacia las ocho de la noche, aparecieron cuatro individuos portando una caja al hombro; como no esperábamos a nadie, y aunque la noche era fría, estábamos unos cuantos paseando entre los cipreses, de tal suerte que casi nos ven, nos tuvimos que esconder corriendo cuando oímos gemir los goznes de las puertas de hierro. Estos individuos iban vestidos de negro, con una corbata blanca y zapatos también blancos. Llegaron, metieron la caja en su nicho, lo taparon con yeso y se fueron corriendo. Un lujoso coche con chófer los estaba esperando a la puerta.
Cuando partieron, nos acercamos a saludar y dar la bienvenida al nuevo vecino, pero cuando iba a llamar a la puerta, escuché unos gritos dentro de la casa:
-¡Esto es un error! ¡Yo no debería estar aquí!
Nos quedamos todos con la sangre aún más helada.
-¡Malditos estúpidos, pero ¿no lo comprenden?, yo no puedo estar aquí! ¡Me necesitan, el mundo me necesita!
Al sonido de los gritos, se había ido congregado más gente alrededor del nuevo vecino.
-¡Yo soy inmortal, llevo dos mil años sobre la tierra y no se me puede apartar de este modo, todavía tengo mucho que decir!
La gente cuchicheaba entre ella preguntándose quién cojones sería este individuo.
Por fin me decidí a llamar, y se asomó por la puerta una cabeza con rasgos muy hermosos, de sexo indefinido, diría yo, con una larga cabellera rubia que reflejaba los débiles rayos de las estrellas y con unas perladas lágrimas que le resbalaban por la cara. Su semblante se llenó de sorpresa cuando vio a tanta gente expectante a su alrededor.
-Buenas noches –le dije-. Se bienvenido a tu nuevo hogar.
Nos miró con cara de estupefacción y se entristeció más.
-¡Asesinos, son unos asesinos! Miles de millones de personas me han asesinado, lo llevan haciendo desde hace años, poco a poco, siguiendo a ese gran criminal. Pero yo aún no he dicho la última palabra. ¡Yo soy inmortal y regresaré! –dijo levantando los brazos.
-¿Quién te ha asesinado?
-¿Quién? El Espíritu del Consumo.
-¿Y tú quién eres? –le inquirí.
-Yo soy el Espíritu de la Navidad.

29 abril 2009

CUESTIÓN DE FE

Que la fe mueve montañas es una verdad como un templo, y si no, que se lo digan a mi vecina Angustias Antimonio que vive en la finca de enfrente, en el cuarto piso, puerta 174 L. Estaba felizmente casada con Atanasio Ocasional, abogado matrimonialista para servirle a usted y a su pareja, que con la aprobación de la Ley del Divorcio en una mano y la liberación de la mujer en la otra, se hizo un chaletito de quinientos metros en la sierra con una mano y un barquito de quince metros con amarre en un puerto deportivo con la otra. Todo iba sobre divorcios, cuando Atanasio empezó a encontrarse mal, con dolores de cabeza continuos que no le dejaban vivir. Empezó a hacerse pruebas, hasta que un día, en la consulta del médico, tomen asiento por favor, le soltó una bomba nuclear que hizo temblar hasta los huesos de su madre fallecida hacía quince años, la pobre, de fiebres palúdicas atifoideadas. El diagnóstico era demoledor: tumor cancerígeno del tamaño de un huevo de gallina en el cerebro: inoperable. Como se dice en estos casos, el mundo les cayó a sus pies, pero no desesperaron, sobre todo Angustias, que se dedicó por completo a intentar rescatar a su marido de una muerte segura. Lo primero que hizo fue ir a misa y rezar, rezar y rezar más. Todos los días encendía más de cincuenta velas a las ánimas del purgatorio para que intercedieran por su marido; repartió dinero a las misiones del África, Sudamérica, Asia, Europa, Oceanía y la Antártida; proyectó procesiones a todos los santos; hizo peregrinaciones a todos los lugares santos; contrató novenas en la parroquia; entronizó vírgenes; procesionó viacrucis fuera de semana santa; compró bulas del Santo Sepulcro y sobornó obispos para que la recibiera el Santo Padre de Roma, que le dedicó una misa celebrada en San Pedro en exclusiva por la salvación del Sr. Ocasional. Y tanto fue el cántaro a la fuente, que al final mearon agua bendita y el tumor se hizo operable. Y tras la trepanación, don Atanasio se encontró mejor y se dispuso a recibir el tratamiento de quimioterapia. Pero en el ínterin, tantos viajes hizo la señora Antimonio al hospital, que acabó enamorándose del médico y éste de ella. En sus encuentros lamentaron la buena suerte del paciente y decidieron que, aprovechando la coyuntura, lo mejor sería despejar el paisaje y enviarlo a hacernos una visita. Lo planearon con meticulosidad: en las sesiones de quimioterapia, en el gotero, en vez de ponerle el cóctel salvador, le pondrían alcohol de 96 grados que lo dejaría cao en un día. Y así lo hizo el doctor. Pero D. Atanasio sólo experimentó un ligero mareo y una alegría en el cuerpo que “pa qué”. En la siguiente sesión le pusieron lejía, que lo único que hizo, fue dejarle las venas como los chorros del oro; en la otra salfumán, que le limpió hasta el colesterol bueno, pero nada; hasta sidra El Gaitero con sus burbujitas y güisqui de garrafón le pusieron, pero lejos de enviarlo al otro barrio, le alegraban la vida que daba gloria de ver. “Demasiadas oraciones le recé al cabrón”, se lamentaba doña Angustias. Tras una sesión en la que le colocaron en el gotero tres gintónics de Larios con su limón y todo, tuvieron un accidente a la altura del kilómetro doce, en la curva del Carretero, que Atanasio olvidó torcer de la cogorza que llevaba encima, y la pobre parienta la espichó aplastada contra un pino, que mira tú por donde, lo plantó su abuelo cuando trabajaba de peón caminero. Ahora ya ven, ocasionalmente aparece por aquí don Atanasio Ocasional con un ramo de flores que roba nada más entrar al cementerio, en los primeros nichos, con una mierda que no se tiene de pie. Y es que, el pobre, al finalizar el tratamiento de quimioterapia, acabó alcohólico anónimo.

23 abril 2009

SOBRE EL FRÍO MÁRMOL

Hoy ha venido Pilar.
Es una de las pocas alegrías que tengo en un lugar como éste. Cuando viene siempre se sienta en el mismo lugar: en la esquina derecha. Es este hecho el que me revela su presencia, porque cuando llega siempre estoy durmiendo, pero el calor de su cuerpo sobre el frío mármol altera inmediatamente la temperatura del estrecho habitáculo y, en un lugar donde nunca pasa nada, una mínima alteración de algún factor automáticamente me produce alguna  reacción.
Pilar siempre viene vestida con una minifalda, y debajo lleva unas mínimas braguitas que apenas cubren aquello que deberían y que son el motivo de su existencia. Esto lo sé porque lo veo desde abajo. Lo que nunca llego a ver con detalle es la longitud y la latitud de su escote, que intuyo debe ser generoso por la cantidad y la calidad del material a enseñar. Pilar es muy guapa: tiene los ojos del color de la miel de azahar siempre abanicados por unas largas pestañas, y un pelo rizado y rubio, igual que el de su vello íntimo, que le cubre el cuello en una coqueta melena; unos pómulos marcados y  unos labios carnosos enmarcan una nariz pequeña y redonda que le dan al conjunto el toque de gracia. 
Pilar es viuda y por eso está aquí. Su marido era un tipo extraño, y lo sigue siendo, pues apenas se relaciona con nadie. Durante su vida hizo mucho dinero y vivió muy bien, él y sus cinco esposas, a las que usaba y tiraba como si fueran un pañuelo de papel. Pilar fue la última esposa, y la madre de sus dos únicos hijos. En sus divorcios les dio buenas compensaciones a sus ex esposas, pero a Pilar lo único que le dejó son deudas y más deudas, todas las que acumuló en su desordenada vida. Pero Pilar sabe que su marido tiene dinero, mucho dinero; lo que pasa es que no sabe dónde está. Mientras vivía con él no había ningún problema: cuando necesitaba dinero sólo tenía que pedírselo, fuera la cantidad que fuera, y él sin preguntar para qué era, se lo daba. Así fue como Pilar consiguió ahorrar algo en una cuenta personal. Pero el tiempo ha pasado, y ella, dedicada en exclusiva a la educación de sus dos hijos, ha ido gastando hasta que se ha visto con el agua al cuello, y con la maldita certeza de que su marido tiene mucho dinero; pero no sabe dónde está. Por eso viene casi todos los días a visitar a su marido. Le cuenta cómo están los hijos, cómo van en el colegio, cómo están sus amigos… incluso le trae algunas flores. Y antes de irse le dice que buscó en tal o cual lugar pero que allí no había nada, que le diga de una vez dónde tiene escondido el dinero; después guarda silencio esperando una respuesta que nunca llega, y se marcha.
Pilar es una buena mujer y jamás se debería haber casado con un tipo como ése. Y ella lo sabe, por eso cuando sale, en el umbral de la puerta del cementerio, siempre se vuelve hacia el nicho de su marido y dice: “ojalá te hubieran pegado el tiro antes de conocerte, cabrón”.

Pilar hoy se ha dejado una rosa roja sobre mi blanco mármol. Estoy seguro de que lo ha hecho a posta, porque yo no tengo a nadie que me traiga flores. Creo que me estoy enamorando.

18 abril 2009

LOS PRIMEROS VECINOS

Mis primeros vecinos fueron un trozo de cura y media mujer del carnicero. Unos días más tarde vino el carnicero, éste entero, aunque con sobrepeso, y no sólo de grasa.
La historia del por qué de estas visitas es muy simple y repetida miles de veces en todas las partes del mundo: el cura, aquél que santificó este camposanto el día de su inauguración y en el cual el único inquilino era yo, se beneficiaba a la mujer del carnicero. Y no me extraña, porque la doña estaba de toma pan y moja, ¡y tanto que mojaron el pan!, rebañaron hasta las cazuelas, pero me estoy adelantando a los acontecimientos. Un día que el carnicero había salido a comprar ganado para la matanza, el reverendo se acercó a la carnicería con la excusa de comprar unas chuletas, que la Cuaresma acababa de pasar y había gana de carne, pero no de carne muerta, sino de esa blanca por falta de sol, con vello en según que partes, y prieta y turgente en otras, o sea, cuatro arrobas de mujer como dios manda. Pasaron a la habitación de atrás, donde estaba el matadero, ella delante apartando las manos santas entre: “hay padre cómo es usted”, “hay padre por dios”, “estese quieto padre, por favor”; y: “hija mía ven que te dé la bendición”, “hija mía eres una santa”… Ya en el matadero de la carnicería, el cura cogió a la mujer y la sentó en la mesa de sacrificios, la empujó hacia atrás, le levantó las faldas, de un tirón le arrancó las bragas, se subió la sotana y la poseyó en el tálamo de los dioses. Justo cuando estaba en pleno orgasmo, el carnicero que había entrado hacía un momento y escuchado los suspiros divinos, con el hacha de partir los espinazos de los cerdos, cual Abraham en el sacrificio de Isaac, le partió el cráneo al reverendo que cayó de bruces sobre la espantada mujer empapándola de sangre mártir. Ella se quedó quieta como una montaña, con el corazón batiendo por el de ella y el del difunto reverendo, espatarrada sobre la mesa de la muerte y con el cuerpo del clérigo asfixiándola: “¡quítamelo de encima por favor!” gritó ella con cara de asco. El carnicero, fuerte como un roble, cogió el cuerpo inerte y tiró hacia él, pero arrastraba detrás a la mujer que gritaba de dolor. Por alguna extraña razón, al morir el cura en el momento del orgasmo clerical, su santo instrumento se había abotagado hasta el extremo de haberse encajado perfectamente en el caliente, húmedo y estrecho canal del placer, y aquello hacía una especie de ventosa que hacía imposible la separación de los dos amantes. Entonces el carnicero con el arma asesina, rebanó en redondo el santo falo que quedó dentro de la mujer ante la estupefacción, el horror y las náuseas de ésta: “¡sácame esto por todos los santos!” gritó desesperada; “sácatelo tú que eres quien lo estaba utilizando”. Entre vómitos y lágrimas, haciendo de tripas, corazón, con los dedos consiguió extraer de su cálido interior un pingajo de piel y carne ensangrentada que arrojó a los pies de su marido que divertido contemplaba la escena. La mujer corrió arriba a lavarse para quitarse tanta ignominia de encima.
Cuando avergonzada bajó a la carnicería vio que su marido estaba haciendo longanizas y morcillas en la máquina de embutir: “¿De dónde has sacado el magro para las morcillas?” El carnicero abrió la puerta de la despensa y espantada vio medio cura colgando de un gancho clavado en la garganta. Cuando se despertó estaba en la cama acostada junto a su marido, intentó levantarse sin despertar a su marido, pero éste la asió fuerte de la muñeca: “mañana quiero que vendas todo el embutido que he hecho hoy”. Y más que hubiera, por todo el pueblo se extendió la calidad del embutido que había hecho el carnicero, hasta los detectives que vinieron de la ciudad para investigar la misteriosa desaparición del párroco volaron hacia la carnicería para comprar algo. Como había poco, se agotó en seguida, pero al día siguiente hubo más, más tierno y con más sabor. Suerte que los detectives fueron diligentes y rápidos en el esclarecimiento de los crímenes, porque después del cura y su mujer, sólo dios sabe quién hubiera sido el siguiente.
Del cura se pudo recuperar la cabeza partida y unos cuantos huesos; las costillas las había vendido como chuletas, y hasta algunos codillos hizo para el cocido; de la mujer aún quedaba la mitad.
El entierro fue todo un éxito, jamás se ha vuelto a ver tanta gente en el cementerio. Unos días después vino el carnicero con unos cuantos gramos de plomo de más.

16 abril 2009

EL LUGAR PERFECTO

Llegué el primero, o mejor dicho, cuando los otros llegaron yo ya estaba aquí. El lugar es perfecto. Se encuentra en lo alto de una suave colina, con el pueblo a sus pies y un tupido bosque de pinos a sus espaldas que protegen el lugar del inclemente viento del norte que en invierno hiela hasta los huesos. Cuando fui por primera (y única) vez, no había nada, un simple yermo lleno de nada, donde lo único que habitaban eran unos pequeños lagartos por encima del suelo y lombrices por debajo. Los únicos sonidos que se escuchaban eran los de los pocos pájaros que vivían entre el ramaje de los pinos vecinos; y las risas y gritos de los niños del pueblo que el viento arrastraba cuando soplaba del sur, al igual que subía el olor de alguna comida cocinada a conciencia y a fuego lento y que resucitaba a un muerto.
Cuando llegué ni siquiera había camino; eso lo hicieron más tarde, para que pudieran llegar los demás. De hecho creo que fue mi llegada la que les inspiró la idea de poder llevar a los demás a partir de entonces allí. De eso hace ya muchos años, tantos que ya no me acuerdo de cuántos, y la verdad es que importa poco. Después de hacer el camino, construyeron la tapia, luego pusieron una puerta de hierro con un grueso candado, no sé si para evitar que saliéramos o para impedir que entrara quien aún no estuviera preparado; plantaron plantas y cipreses y, cuando todo estuvo terminado, vino el cura seguido de toda la gente del pueblo a bendecir el lugar.
Ahora todo está lleno de flores de todos los colores, los pájaros vienen a cantar y a anidar en nuestros árboles; las fragancias de las flores lo impregnan todo y siempre hay gente paseando por nuestras calles.
Hoy tenemos el cementerio más bonito de toda la región. Es tan bonito que mucha gente de otros lugares quiere ser enterrada aquí. Y tú, ¿quieres venir?

14 abril 2009

A TENER EN CUENTA ANTES DE MORIRSE

¿Se han parado a pensar alguna vez qué es lo que quieren que les pongan en la lápida cuando pasen a mejor vida? Porque mucha gente se muere sin haber especificado a sus familiares qué quieren que les recuerde cuando ya no estén. Parece asunto baladí, pero no lo es en absoluto, se lo digo con conocimiento de causa, pues he hablado con muchos difuntos y la mayoría dicen lo mismo. “¡Ya ves lo que me ha puesto, tu esposo no te olvida; pero si en toda su puta vida no se acordó del aniversario de nuestra boda, se va a acordar ahora de mí, el cabrón!” O aquél al que le pusieron: Tu esposa, tus hijos, tus hijas, tus hijos políticos, tus hijas políticas y tus nietos y nietas siempre te llevaran en su corazón. “Y un huevo, me decía, mis hijos e hijas me las hicieron pasar canutas, mis hijos políticos son unos desgraciados que se casaron con mis hijas por el dinero, y mis hijas políticas son unas pelanduscas, la madre que las parió, y de mi esposa qué quieres que te diga, se pasó la vida llorando para que soltara la tela, y ahora cuando viene a verme, un día al año, ya la ves, aún estoy esperando que vierta una lagrimita por mí.”
Comentarios así hay muchos, y todo se debe a la falta de previsión de los vivos. Porque por ejemplo: ¿a quién le haría gracia que en la lápida le pusieran una fotografía de hace veinte años, o la peor que se ha hecho en su puta vida? Pues eso pasa continuamente. Luego cuando le ponen la foto y ya difunto sale a ver cómo ha quedado y se ve, es que no se reconoce. Los hay que se han vuelto a morir. Hay jóvenes de veinte y pico años que les han puesto la foto de la comunión. Hombre, vale que sus padres estuvieran hasta los mismísimos de él, pero tampoco es eso. O a aquél pacifista al que le pusieron una fotografía de la mili, eso son ganas de joder.
Hay que ser previsores y dejar dicho qué es lo que queremos en nuestra lápida cuando nos muramos, que eso es para toda la muerte, y que ya que va para largo, por lo menos que uno esté a gusto y cómodo con lo que tiene.

09 abril 2009

BIENVENIDOS

Pues sí, qué quieren que les diga, un día te mueres y ya está. Hay que joderse.
Yo estaba de putamadre. Creo que lo tenía todo, incluso creo que era feliz. Lo tenía todo, sobre todo salud, o eso creía yo, por lo menos no me dolía nada, pero mire, la muerte es así de perra: llega sin avisar, y sin que te la esperes.
Ese día, o mejor dicho esa noche, me acosté temprano, pues al día siguiente tenía que madrugar para ir a trabajar. Recuerdo que me dormí enseguida, e incluso creo recordar que llegué a soñar algo agradable; cuando, no sé cómo ni por qué, noté que se me paraba la respiración y que empezaba a ahogarme, quería respirar pero el diafragma no respondía; también noté que el corazón se había parado, intentaba gritar pero las palabras no llegaban a mi boca, el aire que tenía en los pulmones, de mi última inspiración, no había forma de expulsarlo. Yo era consciente de todo esto, incluso notaba que estaba empalmado, ya ves tú para qué. Algo raro me estaba pasando pero no entendía bien qué cojones era. Hice un nuevo esfuerzo para gritar pero, nada, era imposible, y de pronto caí en la cuenta: estaba muerto. Pronto mi cerebro dejaría también de funcionar. En este caso supongo que lo correcto era dar mi último pensamiento a alguien, pero, ¿a quién?: a mi mujer, a mis hijos, a mis amigos, a la paella del último domingo... De pronto, mientras decido para quién quiero que sea mi último pensamiento veo un gran círculo de luz blanca que casi me ciega; me quedo estupefacto mirando la luz que se acerca a toda velocidad hacia mí y, a medida que se va acercando, se va haciendo cada vez más pequeña, más pequeña, más pequeña, hasta que se mete dentro de mí y ....

Y después, movimientos bruscos en mi cuerpo, gritos, llantos, rezos, el ataúd, el entierro, la fría tumba, y el silencio...

Pero la muerte no es el final, sino el principio de una nueva etapa. He tenido la suerte de conocer a un buen amigo, Corpi, y a partir de ahora le iré enviando una serie de cartas para que él las publique en su blog. Que las disfruten.

20 marzo 2009

Este blog se encuentra en periodo de construcción.